Los seis condados que conforman el Ulster, único territorio irlandés perteneciente a Reino Unido en la actualidad, han sido durante el último siglo los más conflictivos de las Islas Británicas. Ya desde finales del XIX, cuando toda la isla era de dominio británico, la división en dos comunidades diferencias por su religión (católicos y protestantes) y grado de obediencia a Londres (nacionalistas pro-irlandeses y unionistas pro-británicos) era tangible. La rebelión en las calles dublinesas durante la Semana Santa de 1916 devino en la proclamación de una Irlanda independiente y el inicio de una guerra civil, proceso que culminó en el 48 con la independencia completa del Poblacht na hÉireann o República de Irlanda. A partir de entonces, los gobiernos de Dublín y Belfast han actuado por libre (este segundo ligado al gobierno londinense), con una separación gubernamental que, por el contrario, no ha significado separación cultural. Pero cien años de fragmentación social sí han hecho mella en sus percepciones de nacionalidad y estado.
En 1968 resurgió en el Ulster el terrorismo del IRA Provisional, ligado al partido político del Sinn Féin, haciéndose uso de la cultura gaélica y la defensa del pueblo irlandés para idealizar su escalada de violencia. Durante las décadas de los setenta, ochenta y noventa se produjeron los llamados The Troubles, una auténtica guerra a través de conflicto y ataques terroristas que enfrentó a dos bandos opuestos: los republicanos católicos (IRA y INLA) y los unionistas protestantes (UVF, UDA y LVF). Por su parte, el gobierno británico desplegó efectivos policiales y militares en la zona del Ulster. 1972 fue el año con mayor número de muertos y heridos registrado en Irlanda del Norte, destacando el Bloody Sunday de enero (14 muertos en Derry a manos de soldados británicos) y el Bloody Friday de julio (20 bombas del IRA en Belfast).
Ante esta insostenible situación de pánico y odio, sentar en una misma mesa de diálogo a los políticos irlandeses de uno y otro bando se tornaba tan necesario como inviable. Desde 1973 se intentó llevar a cabo un proceso negociador, y la elaboración de distintos documentos que acababan fracasando por sectarismo y falta de apoyos. Sin embargo, en los noventa el exsenador estadounidense George Mitchell inició una nueva vía negociadora, fuertemente impulsada con posterioridad por el Primer Ministro británico Tony Blair y su homólogo el Taoiseach irlandés Bertie Ahern. Los tres políticos, junto con la inestimable colaboración y ayuda de John Hume (líder del SDLP) consiguieron acercar posturas entre el Sinn Féin de Gerry Adams y el UUP de David Trimble. Así, el Acuerdo de Viernes Santo, elaborado por Mitchell, sentó los pilares de un nuevo marco legislativo y la creación de instituciones para fomentar la cooperación entre los territorios de Irlanda del Norte, la República de Irlanda y Reino Unido. Significó, por tanto, el “inicio del fin” de la lucha terrorista entre nacionalistas republicanos y lealistas unionistas que asolaba el Ulster.
Sin embargo, la paz no fue el fruto inmediato de aquel documento de 1998. Se necesitó de un arduo y costoso proceso posterior de aprobación y aceptación por las sociedades irlandesa y norirlandesa, así como un progresivo desarme de los grupos terroristas, en lo que muchos han coincidido en calificar como “paz imperfecta”. La inestabilidad social que aún se palpa en muchos aspectos de las dos Irlandas parece retornar con el nuevo problema fronterizo que supondrá el inminente abandono de Reino Unido de la Unión Europea, reabriendo viejas heridas aún sin cicatrizar. “Brexit means Brexit” ha declarado en numerosas ocasiones la Primera Ministra británica Theresa May, lo que ha desatado las alarmas en Bruselas ante una salida de Reino Unido con duras condiciones, y sobre todo en la frontera entre el Ulster y el resto del Éire. Las últimas negociaciones UE-UK y las declaraciones de los políticos británicos delatan sin embargo la contención de los problemas a favor de un Brexit de carácter más “blando”. Las propuestas de Michel Barnier con respecto al protocolo fronterizo de Irlanda del Norte, si bien han servido para tranquilizar a los irlandeses acérrimos al mantenimiento de una frontera interna propia más suave, ha generado pánico entre los partidarios del leave, entre ellos la propia May. Hoy por hoy, Irlanda del Norte, que votó mayoritariamente por su permanencia en la UE, sólo puede esperar a que los políticos de Europa y Reino Unido no dinamiten parte de los acuerdos que con tanto esfuerzo y sufrimiento lograron veinte años atrás.
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