La guerra ruso-ucraniana: una guerra de valores y narrativas

, de Dvir Aviam Ezra, traducido por Martyna Anna Wierzbicka

La guerra ruso-ucraniana: una guerra de valores y narrativas
Un edificio de apartamentos destruido tras un ataque por parte de Rusia, distrito Pozniaky, Kiev, Ucrania. Créditos: Manhhai, Flickr.com

El derecho a la autodeterminación es universal. La invasión rusa representa una grave vulneración de la legislación internacional y la paz existente, merece, por tanto, una condenación universal, así como unas severas repercusiones.

Ya en marzo de 2021, Rusia comenzó a movilizar sus fuerzas y equipos militares hacia la frontera con Ucrania. Dicha acumulación fue en aumento desde octubre de 2021, cuando Rusia comenzó a rodear Ucrania mediante el estacionamiento de sus fuerzas militares en la frontera bielorrusa, con el objetivo aparente de realizar ejercicios militares. En febrero de 2022, las autoproclamadas repúblicas de Lugansk y Donetsk incrementaron las vulneración del alto el fuego, matado a dos soldados ucranianos y provocando cientos de explosiones, avivando la supuesta amenaza de la ’agresión ucraniana’ para crear una afluencia masiva de solicitantes de asilo. Y a pesar de que Rusia afirmó que no comenzaría hostilidades, el 24 de febrero de 2022, lanzó una ofensiva contra Ucrania. La guerra ya acumula importantes y terroríficas consecuencias, tanto en términos de muertes, como de destrucción de la propiedad, socavando gravemente la estabilidad en el este de Europa.

Al contrario de lo que afirma Rusia, sus acciones no se guían por la necesidad de proteger los derechos humanos de la minoría rusoparlante de Ucrania, así como tampoco persiguen el objetivo de desmilitarizar la región. De hecho, el lugar en que más se vulneran los derechos de los hablantes rusos es en la propia Rusia, donde se les niega a sus ciudadanos el derecho a la expresión, igualdad ante la ley o las libertades personales. Ucrania no supone ningún peligro militar directo a la mucho más fuerte Federación Rusa.

La verdadera motivación del régimen de Putin es personal y estratégica. Personal, dado que Putin cree en la teoría de que las «revoluciones de color», en las cuales la gente depone los regímenes dictatoriales, puede poner en riesgo la estabilidad de Rusia, si se permite su continuidad, así como también puede poner en peligro su régimen cleptocrático. Estratégica, porque el establishment securitario ruso no reconoce la independencia de los países post-soviéticos como genuina, tratando de restablecer la dominación histórica de Rusia sobre Ucrania. Un artículo reciente —publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso conmemorando la anexión parcial de Ucrania por Rusia, como parte del Consejo Pereyaslav en 1654— pone de manifiesto su retorcida perspectiva pseudo-histórica.

El concepto de “esferas de influencia”, según el cual un país más poderoso puede ejercer su voluntad sobre países más pequeños y con menor fuerza militar, es anticuado así como inmoral. Lo que Rusia está tratando de conseguir es hacer retroceder el desarrollo internacional, imponiendo su agresivo y violento modelo de relaciones internacionales sobre sus países vecinos. Podemos estar seguros que esta agresión (las amenazas también son una agresión) no parará en Ucrania, y podría extenderse por otros países post-soviéticos. Otra consecuencia de una exitosa invasión rusa sería la abolición de importantes derechos humanos en Ucrania, ganados con esfuerzo, como lo son unas elecciones competitivas, la celebración del orgullo gay en la capital, o la incrementada representación de minorías religiosas en las esferas políticas y mediáticas, incluyendo prominentes judíos como el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky.

En contraste, el sistema político ruso prohíbe la discrepancia, oprime las minorías étnicas y religiosas, así como alienta un discurso ultra nacionalista y populista. También es evidente que en las regiones rebeldes del este de Ucrania las minorías han sido atacadas en numerosas ocasiones por “matones” locales y que las actitudes antisemitas proliferan incluso entre las autoridades prorrusas. Alexander Zakharchenko, el ex presidente de la “República Popular de Donetsk” comentó que el gobierno de Kiev está dirigido por “judíos miserables”. Mientras que Igor Plotnitsky, el ex presidente de la “República popular de Lugansk” argumentó que la revolución del Euromaidán acontecida en 2014 fue instigada por los judíos ucranianos. Bajo el pretexto de preservar la estabilidad durante la guerra, Rusia ya ha impuesto más limitaciones devastadoras a la libertad de expresión, prohibiendo Twitter, Facebook y YouTube en su territorio, aislándose de manera efectiva del mundo.

En consecuencia, sería un error contemplar la guerra de Ucrania como una simple disputa entre países vecinos. Más bien se trata de un choque entre sistemas de valores y un intento de socavar la arquitectura de seguridad erigida en Europa en la post Guerra Fría. Es una cuestión de vida o muerte para el estilo de vida europeo moderno y quien escuche los discursos de Putin o lea los borradores de tratados sobre garantías de seguridad rusos puede observar la amplitud de esta guerra de agresión.

La conclusión de todo esto es que debemos percibir esta guerra como un ataque hacia nosotros mismos, cortando por completo las relaciones comerciales con Rusia, apoyando a Ucrania con armamento y munición, y, sobre todo, debemos prepararnos para una guerra híbrida de desgaste a largo plazo entre dos sistemas de valores y narrativas distintos, es decir, entre democracia y autoritarismo. Personalmente, creo que Europa saldrá victoriosa de este conflicto a largo plazo, dado que vale la pena luchar por la libertad, la democracia y los derechos humanos, en contraste con las locas ambiciones de un ex agente de la KGB y confío en que la mayoría de los ciudadanos rusos pacifistas no las tolerará.

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