No se trata solo de Navalny

, de Sonja Afanasjeva, traducido por Martyna Anna Wierzbicka

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No se trata solo de Navalny
Navalny has been one of Putin’s best-known and most outspoken critics for many years. Photo credit: Evgeny Feldman / Novaya Gazeta, Creative Commons Licence

Alexei Navalny comenzó su carrera política oficial el mismo año que Vladimir Putin fue elegido presidente por primera vez. Veinte años más tarde, Alexei Navalny es conocido tanto en Rusia como en el extranjero como el mayor crítico del Kremlin. Hoy en día, es la cara visible de la lucha contra la corrupción y, por extensión, de la lucha contra Vladimir Putin y sus amigos aliados.

Si bien es cierto que no es la primera vez que Navalny y su familia se han visto obligados a enfrentar dificultades personales, el año pasado su lucha se volvió más oscura. Después de haber sido envenenado con el agente nervioso de grado militar Novichok, sobrevivió lo suficiente para ser transportado y tratado en Alemania, salvando su vida. En cuanto pisó el territorio ruso a su regreso a Moscú cinco meses después de aquel incidente, fue arrestado y condenado a 2,8 años de prisión.

Amplificado por los eventos de los últimos meses, Navalny se convirtió en el rostro de las protestas contra el régimen de Putin, no solo para sus partidarios sino también para muchas otras personas en Rusia que, en el mejor de los casos, a menudo habían sido espectadores pasivos.

Navalny y su injusta pena de prisión, no obstante, no son la única razón de las protestas de las últimas semanas. El intento de asesinato, la ilegalidad de su arresto y, lo que es más relevante, su increíble valentía y coraje llegaron al punto de inflexión de un desencanto más amplio y profundo de la ciudadanía rusa. Su calvario sirvió como desencadenante para que los rusos tomaran las calles, aun cuando las semillas del descontento se sembraron mucho antes.

El dramático declive económico y las dificultades sociales que siguieron a la pandemia del COVID-19, coronados con la imposibilidad para los rusos de expresar libremente su insatisfacción con el Gobierno han conllevado al ciudadano medio, mayoritariamente descontento, a darse cuenta de que el régimen de Putin había ido demasiado lejos, que había robado demasiado, que había perdido por completo el contacto con la realidad y que cualquiera podría ser el siguiente en su lista de objetivos.

Al publicar el vídeo de sus conversaciones con su presunto asesino y hacer llevando a cabo una investigación sobre “el mayor soborno de Putin” —un lujoso palacio en el Mar Negro, con su propia pista de hockey personal y un viñedo al estilo francés— Navalny tuvo éxito en lo que nadie en la historia moderna de Rusia había logrado: interfirió en la sacralidad del régimen ruso. Como ha demostrado la historia rusa en particular, los regímenes autoritarios se derrumban rápidamente una vez perdida su aura divina, son ridiculizados y comienzan a ser vistos por lo que en realidad han sido siempre: regímenes opresivos, liderados por delincuentes, para el beneficio del zar y sus compinches.

Por desgracia, existe un elemento que puede escaparse a la vista de la opinión pública de la Europa occidental en esta acelerada historia llena de drama al puro estilo Netflix. En la retórica rusa pro-Kremlin, cualquier alusión sobre el cambio de liderazgo político a menudo choca con la pregunta “Si no es Putin, ¿entonces quién?”. Frecuentemente, los seguidores de Navalny se preguntan la misma cuestión, “Si no Navalny, ¿entonces quién… (podría instaurar la democracia en Rusia)?” Incluso cuando ambas preguntas son válidas en el clima político actual vivido en Rusia, la cuestión real es cómo construir un sistema democrático plural, en un lugar en el que esas cuestiones no le importarán a nadie.

Desde que asumió la presidencia en el año 2000, Vladimir Putin ha erosionado lenta pero paulatinamente la pluralidad política y cualquier oportunidad de una competición electoral justa. Ha esparcido cemento sobre el terreno político ruso, para que las semillas de políticos talentosos y motivados nunca crecieran. En una realidad política de este estilo, es casi un milagro que Alexei Navalny haya emergido pública y políticamente. Incluso, apoyándose en una base de apoyo relativamente pequeña, comparada con la extensión del país, consiguió sacar a la población a las calles en 2011, y lo siguió haciendo durante estos últimos diez años. Sin embargo, hasta ahora, muchos de los que desean vivir en una Rusia libre y democrática no se han unido a Navalny y su equipo, citando sus puntos de vista nacionalistas [1] y temiendo un cambio de cara, pero no de régimen. Entonces, en agosto de 2020, fue envenenado. Y, nuevamente, condenado a prisión en un procedimiento judicial que el propio Tribunal Europeo de Derechos Humanos sentenció como injusto.

Rusia ha llegado al punto en el que no importa si uno apoya políticamente a Navalny o no. La lucha por Navalny se ha convertido en la lucha por “un Navalny”. De la lucha por una Rusia en la que Navalny sería presidente, se ha transformado en una lucha por una posibilidad de que, en Rusia, incluso alguien como Navalny pueda ser presidente. No se trata de una lucha por el poder político, sino de una lucha por una Rusia libre y democrática.

Una Rusia en la que el pluralismo político existe. Una Rusia en la que todo el mundo puede expresar su opinión sin miedo a ser arrestado y condenado a prisión. Una Rusia en la que Alexei Navalny es libre y puede hablar a millones desde una tribuna electoral, en lugar de una celda carcelaria. Una Rusia en la que se ha levantado el cemento y se permite el crecimiento de otras semillas en un suelo fértil. Apoyar su lucha significa apoyar una lucha por una Rusia libre, en la que cualquier persona puede presentarse a las elecciones y promover sus opiniones políticas. Espero que un día podamos presenciarlo, no al presidente Navalny, sino una pluralidad de partidos y candidatos reales en el Gobierno y la oposición, debatiendo cuestiones de importancia y esforzándose por mejorar la situación económica, social y política de los ciudadanos rusos a través de la democracia, las instituciones y los procesos.

Lo que sucederá a continuación — nadie puede preverlo. Solo puedo esperar que el sacrificio de Navalny y su familia por un futuro mejor para Rusia marque el principio del fin. El fin de los regímenes de un solo hombre, sin importar quién sea este hombre.

[1] Por ejemplo, en una entrevista reciente con Der Spiegel, se le preguntó a Navalny sobre su participación en la Marcha nacionalista rusa en Moscú, y confirmó que apoya los requisitos de visa para los migrantes de Asia Central. Más información: https://www.spiegel.de/international/world/alexei-navalny-on-his-poisoning-i-assert-that-putin-was-behind-the-crime-a-ae5923d5-20f3-4117-80bd-39a99b5b86f4

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