Hace dos años el proceso de evaluación de los diversos capítulos del acquis communautaire [1] iba viento en popa, eran ya 54 años de largo camino desde que la República de Turquía hubiera solicitado en aquel lejano 1959 la entrada en la Comunidad Económica Europea. No se había conseguido ningún avance significativo hasta 2005, cuando al fin se abrieron a negociación 6 capítulos del acquis. Pero en verano de 2013 la represión ejercida por el gobierno turco de Recep Tayyip Erdoğan y el islamista Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) contra los manifestantes de la Plaza Taksim en Estambul y que causó múltiples muertes, condujo al bloqueo por parte de Alemania y los Países Bajos del proceso de negociación.
Pero en 2015 la ingente marea de refugiados que huye de la guerra en Siria por Turquía en dirección a la UE, y concretamente a Alemania, ha desbordado totalmente a una Unión Europea paralizada institucionalmente y ha forzado que el gobierno alemán con Merkel a la cabeza tenga que replantearse su posición ante la adhesión turca.
¿Ha cambiado realmente la situación en Turquía desde entonces?
La respuesta es: por supuesto. ¿A mejor? Eso ya no tanto. Con el paso el tiempo bajo el mandato de Erdoğan, al frente del gobierno turco primero y luego como jefe del Estado, se han ido produciendo irregularidades y restricciones en las libertades. La situación, lejos de mejorar, ha ido empeorando. El país se ha ido encaminando hacia una mayor censura de los medios de comunicación y sociales en la red con el bloqueo en múltiples ocasiones de las plataformas YouTube, Twitter y Facebook. El propio Erdoğan incluso amenazó que iba a “limpiar Twitter” [2]
Con la celebración de elecciones parlamentarias el pasado junio el AKP, aunque siguió siendo el partido mayoritario, perdió por primera vez en 13 años la mayoría absoluta en el parlamento. Ante la imposibilidad de que su partido pudiera formar gobierno en coalición con alguna de las otras fuerzas parlamentarias, Erdoğan prefirió convocar nuevas elecciones parlamentarias para el mes de noviembre. Los líderes de la oposición parlamentaria, que pidieron al presidente que les dejara intentar formar gobierno, lo llegaron a calificar de “golpe de estado civil” [3] y ha supuesto una clara ruptura de la neutralidad que se le presupone al Presidente de Turquía.
Al mismo tiempo, la entrada de Turquía en la coalición contra el llamado “Estado Islámico” ha sido usada como excusa para bombardear también bases del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en Iraq y a fuerzas de las Unidades de Protección Popular (YPG) [4] , el ejército del gobierno del Kurdistán sirio (Rojava en kurdo). Las fuerzas del YPG se han dedicado durante los últimos 3 años a combatir al EI en la frontera entre Siria y Turquía ante la pasividad de las fuerzas de seguridad turcas, que desde varios centenares de metros observaban cómo se desarrollaban sangrientos combates como los que se produjeron en la ya épica Batalla de Kobanê sin intervenir, llegando incluso a disparar contra milicianos heridos que intentaban huir a Turquía en busca de asistencia médica [5] . Con la excusa de intervenir contra el EI han aprovechado para golpear a las fuerzas kurdas, pues el conflicto contra el PKK se había reactivado tras la represión violenta a finales de 2014 de una serie de grandes manifestaciones de la población kurda contra el gobierno por la pasividad mostrada durante la crisis en Kobanê. Con el fin de los dos años de tregua el gobierno ha pasado a la ofensiva contra las fuerzas kurdas para, como apuntan diversos medios, poder sacar rédito electoral y rascar votos al Partido de Acción Nacionalista (MHP) de cara a las próximas elecciones y poder así asegurarse de nuevo una mayoría absoluta.
Con éstas actuaciones, Turquía se ha embarcado en una deriva hacia el autoritarismo y a un régimen presidencialista [6] , a la vez que se está abandonando el tradicional secularismo kemalista mediante una cada vez mayor islamización del estado y se pone en peligro el republicanismo para substituirlo por una especie de revival otomano.
Teniendo esto en cuenta cabe hacerse diversas preguntas: ¿es éste el mejor momento para impulsar la entrada de Turquía en la UE? y ¿sería la integración en la Unión un impulso para revertir la deriva autoritaria del gobierno o supondría, por contra, un espaldarazo a sus políticas?
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