Rusia y la UE: el enigma de los vecinos distanciados

, de Dmitriy Frolovskiy, traducido por Irene Barañano

Rusia y la UE: el enigma de los vecinos distanciados
El presidente ruso Vladimir Putin le da la mano a varios oficiales militares en el desfile anual que conmemora el fin de la Segunda Guerra Mundial. / Fuente: Kremlin

“Durante los últimos años, la relación entre Moscú y la UE ha ido empeorando hasta el punto en que ya nada puede sorprendernos.”

La ‘contundente prueba’ de que Rusia había hackeado información de la canciller alemana Angela Merkel, podría derivar en un alejamiento diplomático, aunque hasta ahora no está claro si Berlín estaría dipuesta a intensificar la tensión sobre el Kremlin. El pasado diciembre, tras el asesinato a plena luz del día de un excomandante de los separatistas chechenos en Berlín, presuntamente a manos de la Inteligencia rusa, pudo haber aumentado la tensión ya creada por el envenenamiento de Sergei Skripal en Londres, aunque finalmente se atenuó.

Por lo que parece, muchos de los ciudadanos de la UE han tirado la toalla en sus intentos por cambiar el comportamiento ruso mediante medidas punitivas. Por mucho que el Gobierno de Obama lo calificara de jugador de segunda o saboteador que debería ser aislado, el anterior presidente de los Estados Unidos pudo haber acertado al describir el rol geopolítico de Rusia. Sin embargo, resultó que las sanciones no fueron suficiente para domar el comportamiento de Moscú, ni en casa, ni en campo ajeno.

En marzo, el presidente Vladimir Putin indicó a la agencia de noticias TASS que, según algunos cálculos, el país había perdido hasta 50 mil millones de dólares a causa de sanciones externas; Bloomberg, por su parte, afirma que la cifra podría multiplicarse por cuatro. Para Rusia, ni siquiera esta suma parece suficiente para impulsar cambios.

El pasado febrero, la comunidad empresarial rusa fue sorprendida con el arresto de Michael Calvey, fundador del mayor fondo de capital privado del país: Baring Vostok. La detención del principal inversor extranjero, presuntamente debido a un conflicto comercial con Artem Avetisyan –vinculado al Kremlin–, desencadenó una reacción negativa en el ámbito internacional. Por su parte, el embajador de Estados Unidos en Rusia, Jon Huntsman, anunció el boicot de otro foro principal de investores en San Petersburgo, y unos meses después, Putin y el presidente francés Emmanuel Macron mantuvieron conversaciones que influyeron en la decisión del tribunal que decidió poner en arresto domiciliario a Philippe Delpal, otro de los ejecutivos de Baring Vostok.

Aunque esa decisión sin precedentes pudo haber sido la gota que colma el vaso para al nefasto panorama de inversión y el lento desarrollo económico de Rusia, Calvey fue solo uno de las decenas de miles de empresarios arrestados tras la anexión de Crimea. Para hacernos una idea de las dimensiones, en 2018, los tribunales rusos acusaron a más de 7.700 empresarios, 20 % más que el año anterior, y casi dos veces lo que en 2014. Si acaso, el régimen ruso se ha vuelto más represor con su propio país en los últimos seis años.

Las medidas de cuarentena por COVID-19 han alterado severamente la economía rusa, y puede que les lleve al menos dos o tres años recuperar los niveles anteriores a la pandemia. El daño es tal que incluso ha alertado a los más poderosos. Durante la “tele-cumbre” del G20 del 26 de marzo, Putin propuso la moratoria a las sanciones relacionadas con bienes esenciales, y unos días después, Rusia trató en vano de presentar una propuesta para relajar las sanciones en la ONU. No obstante, las trabas económicas no parecen ser lo suficiente para desestabilizar la política exterior rusa, ni siquiera cuando los precios del petróleo llegaron a lo negativo.

Durante los últimos meses, se ha planeado el más reciente emprendimiento en Libia, a pesar de la presión del declive económico interno y del colapso de la alianza OPEP+. En efecto, puede que, finalmente, sea un indicador del poder que tiene el Kremlin para influenciar los flujos migratorios e impactar directamente las políticas del sur de Europa. Además, muestra que algunos factores podrían motivar a Moscú a adoptar un rol global más constructivo.

Rusia es la vecina poco deseada de la UE dada la proximidad geográfica y su significativa actividad comercial. Durante los últimos años, se ha apaciaguado la relación entre Moscú y la UE al establecerse una alienación mutua. Ahora, Bruselas parece estar confundida y no sabe qué hacer con Moscú, y, por si fuera poco, se encuentra en mitad del enfrentamiento entre EE.UU. con Trump al volante (que parece tan caótico como impredecible) y China, cada vez más asertiva y autoritaria.

Por mucho que la UE finalmente imponga una nueva oleada de sanciones en respuesta a la acusación sobre el ataque informático, es posible que al final del día trate de mantener el status quo. A Bruselas no le interesa que la tensión aumente, y tampoco da crédito a la esperanza de lograr en un futuro próximo un comportamiento más responsable por parte de su vecino del este.

En una videoconferencia en la fundación Konrad-Adenauer-Stiftung (KAS), el comité de expertos conectó con la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), de centro derecha, con líderes de partidos políticos del Parlamento Europeo. Durante la sesión, Merkel dedicó poco tiempo a tratar el tema de Rusia y manifestó que la UE solo trata de mantener una “coexistencia pacífica”. Después añadió que Rusia por sí misma debería estar interesada en desarrollar relaciones constructivas con la UE.

Tal afirmación plasma, por una parte, la visión completamente pragmática y desilusionada que tiene la UE sobre el panorama actual, y, por otra parte, la cautela para evitar nuevos problemas o desplomes durante el mayor tiempo posible.

Berlín asumirá la presidencia del Consejo de la Unión Europea en julio y establecerá una agenda política para los próximos seis meses. El hecho de que el regulador energético de Alemania rechazara hace poco la exención para las directivas sobre el gas a los operadores del gasoducto Nord Stream II indica que Berlín ansía cimentar la unidad con Rusia.

Dicho de otro modo, Merkel puede haber manifestado que las élites políticas, por consenso, han perdido la esperanza de tener relaciones más prósperas con Rusia; por lo tanto, en un futuro cercano, puede que no tratemos a este país entre las prioridades de política exterior o como una amenaza inminente, como lo hicimos hace unos años, sino que tratemos a Rusia como a un vecino problemático.

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