Esta reflexión no invalida ni discute el derecho de legítima defensa que asiste a cualquier nación atacada, simplemente evalúa su alcance en base a experiencias pasadas. En el caso particular de Francia se han venido desarrollando distintas estrategias desde 2013, con poco éxito. Desde la entrega de armas a fuerzas opositoras de origen confuso, a los fallidos planes de invasión defendidos por Barack Obama, y más recientemente, la articulación de una serie de ataques aéreos en colaboración con los Estados Unidos. Nada de todo esto ha servido para debilitar a las fuerzas de Al Bagdadí, antes bien, éste ha experimentado una escalada en sus acciones. Partiendo de los denominados “lobos solitarios” ha pasado a perpetrar acciones de mayor envergadura como las de París.
La derrota del Daesh es deseable, pero desde luego no resultará sencilla. En nuestra estrategia a corto plazo hemos evidenciado una falta de resultados, que minan la confianza para lanzar campañas de mayor envergadura. Todos recordamos lo acontecido en Libia, dónde la caída de Muamar el Gadafi dio paso a un vacío de poder en el que han florecido grupos extremistas. Aunque la represalia pueda ser una reacción hasta cierto punto comprensible, desde luego no resulta eficaz. La dirección de un Estado no puede centrarse exclusivamente en principios sentimentales, debe mirar más allá. El uso de la fuerza va a requerir algo más que aviones para tener éxito, deberá completarse con la presencia de tropas terrestres, algo que Occidente quiere evitar a toda costa. He aquí la gran trampa del Daesh, subir la apuesta hasta provocar un conflicto que implosione Oriente Próximo, para luego redibujar sus fronteras a conveniencia. Una nueva intervención de los “cruzados” sería una poderosa arma propagandística, un aliciente para sumar adhesiones a su causa. Llegados a este punto, es cuando debemos jugar una carta que hasta el momento nos ha sido esquiva, tanto por su complejidad como por su falta de garantías: los actores locales. En efecto, una derrota militar del extremismo es factible, pero corremos el riesgo de que se reproduzca más adelante con otro nombre, y quizás, con mayor virulencia.
El combate más importante debe darse dentro de las propias sociedades árabes. Para esta organización criminal ser musulmán no supone una garantía, cualquier signo de disconformidad puede convertir a un grupo o individuo, en objetivo. Dicha intransigencia debe sacudir primeramente a aquellas sociedades que se ven sojuzgadas diariamente por el terror, y a las que hemos abandonado en los últimos años. Países como Jordania o Líbano precisan de programas concretos de cooperación, política y material, fruto del acuerdo entre Europa y Oriente Próximo.
¿Disponemos de algún organismo capaz de articular una respuesta tan amplia? Desde luego, se llama Unión Para el Mediterráneo, una iniciativa que surgió precisamente en París en 2008 a propuesta del entonces presidente Nicolás Sarkozy. Agrupa a 43 estados pertenecientes a la Unión Europea, norte de África y Levante. Siria era miembro de dicha comunidad hasta que en 2011, coincidiendo con el inicio de la guerra civil, decidió congelar su participación. Se trata de una institución cuyo protagonismo se ha ido diluyendo, pero que esconde un gran potencial como foro conciliador. Varios de sus integrantes han sufrido procesos revolucionarios no exentos de violencia, cuyos problemas siguen pendientes de solución. Tarde o temprano se formará una coalición militar que, bajo cobertura legal, empezará a actuar decisivamente contra el Daesh, por eso debería impulsarse el papel de la UpM como complemento y alternativa a largo plazo. La presencia de países árabes en dicho organismo es un factor determinante a la hora de optar por esta alianza como impulsora de la transición que está por venir. También debe impulsar el papel la sociedad civil en estos países, ensombrecida por el autoritarismo y los continuos golpes de Estado, que impiden alcanzar la madurez política necesaria para estabilizar la región.
¿Es una utopía conseguir la paz en el Mediterráneo en este siglo XXI? Quizás, pero los grandes proyectos comienzan dando pasos pequeños. Exijamos el desarrollo de una nueva política exterior que descanse en el espíritu fundacional de la Unión Para el Mediterráneo, un remedio contra el terrorismo mucho más eficaz que el miedo o la ira.
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